Cuando el reloj marcó las seis y media de la mañana de ese 12 de enero del año 2011, hacia rato que afuera había clareado el día, y Paula -que no vio el amanecer- supo que al fin podía llorar. Hacía exactamente nueve meses y diez días que había resuelto no derramar una sola lágrima. Lo decidió en el momento exacto en que los médicos le leyeron el diagnostico de su hija Pilar, de cinco años: tumor cerebral y seis meses de sobrevida.
En la madrugada de ese doce de enero, Paula mantuvo a Pili contra su pecho hasta que sintió el ultimo latido: “la última noche fue especialmente dura, abrazadas, ayudándonos. Así lo viví. Fue como parir al revés, y fue todo tanto, tanto, que al salir de la clínica, sentí que la llevaba de la mano”.
Nadie puede decirle a nadie que hacer con su dolor. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene y con lo que es. Con lo que trae a cuestas. De tal suerte que Paula, atea, hija de ateos y sin ancla mística, se sentó al pie de un gran árbol del Parque Saavedra de La Plata, con una manta y los ochenta libros que tenía en su casa, invitando a leer. Entre ellos, “Del otro lado del árbol”, libro preferido de Pili, de la autora bruselense Mandana Sadat.
Allí tuvo un segundo silencio, porque “tenía que saber qué hacer con la tristeza, necesitaba convertirla en un homenaje a la vida, eso no podía quedar en nada. Con el papá de Pilar, a pesar de que estábamos separados hacía unos años, decidimos -cuando nos dieron el diagnostico- que había que salir, viajar, ser felices en lo que quedaba de su tiempo. Reírnos, amarnos, tomar helados, abrazarnos mucho, mucho”.
Ahora había que convertir esa soledad en una celebración colectiva de la existencia de Pilar y para eso “Me agarré de la filosofía de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, e ir del dolor trágico a lo colectivo. Eso ayuda, te acaricia, te suaviza la angustia.”
A esos ochenta libros se sumaron otros de amigos, familiares, ex compañeros de colegio, vecinos. Todos trayendo libros. Entonces Paula tuvo la idea de hacer una biblioteca infantil en medio de ese parque, pidiéndole a la municipalidad que le prestara un cuarto que estaba allí mismo, abandonado, que es donde estamos sentados ahora, bajo el árbol inmenso (que hoy se llama árbol de los deseos) viendo entrar y salir niños y niñas todo el tiempo. “La biblio” (como la nombra Paula), se llama Biblioteca Popular Del Otro Lado del Árbol, y cuenta con veintitrés mil ejemplares.
Pasaron doce años desde aquel enero:” La biblioteca como tal se fundó un 2 de abril, que es la fecha de nacimiento de Pilar. Como iba a ser por cesárea, la elegí para que su cumple caiga en feriado y fue el día en que ella cumpliría seis años”.
El mate se impone en la charla y ella divide su atención con la tropa de niños que van y vienen, que entran y salen. “Soy maestra y por lo tanto el libro tiene una importancia especial para mí, en toda mi vida. El libro te lleva hacia más allá, dónde se sueña”. Y recuerda que quizá aprendió a llorar a moco tendido cuando Pachi, su madre, le leía Mi planta de Naranja Lima, del que recuerda especialmente la imagen del momento en que Zé, el personaje principal de la novela, un chico muy pobre, se viste lo mejor que puede para ir a recibir el regalo del día del niño, y tarda tanto en arreglarse que cuando llega a la plaza ya no hay juguetes. Entonces “hay que tener mucho cuidado con la infancia. Tener todo en cuenta, cuidar, preservar, poner todo el foco en la infancia, porque eso marca y es a donde, finalmente, siempre volvemos. Y eso hacemos en la biblio. No importa cuantos niños sean”. En ese punto nos detenemos un rato porque “hay fines de semana que vienen quinientos, durante la semana unos cien por día, si el tiempo ayuda son más” y lo dice con una tranquilidad que contrasta con mis nervios de ver tantos niños juntos leyendo, escuchando cuentos y corriendo de un lado al otro. Para mí son como mil.
Paula fue acomodando su vida de a poco, junto con su pareja y sus dos hijos ya grandes, el duelo fue dejándole lugar para vivir, aún con la presencia constante de Pilar: “siempre está presente. Eso no se va. Hay gente que dice que hay que soltar y me parece una boludez, ¿cómo que soltar? Uno nunca suelta a los hijos y además la memoria de lo que te pasa es parte de lo que sos y de lo que haces con lo que te pasa. Estas nuevas ideas de que todo es solo presente y futuro me parecen perversas”.
Hace apenas un par de años el dolor aflojó un poco y puede hablar de eso con algo parecido a la calma, pero nunca (desde que inició la biblio) dejó de construir ese nuevo sueño que hoy cuenta con once mil socios, treinta y tres personas entre trabajadoras, trabajadores y gente de voluntariado. Lo cuenta mirando hacia adentro y mientras apuramos el mate, sonríe: “hoy esto es una locura, vienen desde los nenes de Casa Cuna, luego visitantes de otros colegios, después los vecinos. A los chicos les gusta venir, hay profes que cuentan cuentos y acá todo se toca, se usa, se disfruta. No hay eso de no tocar. Calculá que prestamos setenta libros por día, salvo los fines de semana que llegamos a prestar cuatrocientos, y ese es otro tema que armamos desde otra lógica, la de la confianza: acá nadie te va a pedir tu DNI, vos das los datos y te creemos, te llevas un libro y lo devolvés y luego otro, y así. La base es la confianza y la solidaridad. Igual pasa con los socios, ellos pagan cinco mil pesos por año, pero si no te alcanza te asocias igual”.
El cuarto que estaba abandonado cuando se lo pidieron a la municipalidad, creció y ya es un gran salón biblioteca en medio del parque, cuyas paredes están dibujadas con los diseños del libro Del Otro Lado del Árbol, con una modificación: los colores que Pilar le había agregado al libro original.
Hace unos años, la autora del libro estuvo en Argentina y supo la historia, vio el libro re coloreado por Pilar y mando a hacer otra edición con una dedicatoria: “Para Pili y para todos los niños que leen en su maravillosa biblioteca”.
Frente a la biblio sigue el mate que agoniza debajo del árbol, rodeados de atrapasueños de todos los colores imaginables, regalo de los visitantes, mirando las puertas de la biblioteca que nunca se cierran. Paula tiene silencios sin ausencia, quizá suene en su cabeza Silvio cantando Solo el amor, entonces le extiendo el mate y vuelve: “ni con dos grados bajo cero se cierran, siempre están abiertas”.
Lo que llama la atención es una bicicleta vieja coloreada hasta las ruedas, que es, claro, su bicicleta eterna, que de nuevo mira y sonríe y suspira que “la biblioteca es la síntesis de lo comunitario. Mira, todo aquí es donación de vecinos, hasta estas sillas donde estamos sentados. Esta por ejemplo la trajo una vecina que dijo que tenía tan lindos colores que pensó que era justo para acá”.
Ahora es momento de mirar, caminar por el parque, abarcar ese universo con la mirada, recorrer todos los diseños que visten el exterior de la construcción y recordar que una tarde del año 2020, en plena pandemia, hubo un incendio producto de una riña donde la biblioteca no tenía nada que ver pero que arrasó parte de los libros y a los que quedaron hubo que limpiarles el hollín con una goma de borrar, uno por uno. Y Paula mira para adentro y sonríe de nuevo: “el socorro de los vecinos fue fundamental. Cientos de vecinos limpiaron veinte mil ejemplares y ayudaron a reconstruir el espacio y donaron cantidades enormes de libros”.
Algo parecido pasó cuando la municipalidad de La Plata comentó el proyecto de hacer ahí un patio cervecero:” al día siguiente teníamos cientos de platenses aquí, y al otro día el municipio me llamó y pidió disculpas y se acabó el asunto”.
Los pájaros avisan que en esta época del año el sol se va temprano y esta pequeña mujer de ojos claros y cuarenta y siete años, se sueña a sí misma con nietos “para seguir maternando, pero mis hijos sueltan siempre la misma respuesta “ah, sí, bueno…” y esta vez se ríe fuerte.
El duelo de Pilar la llevó por un tiempo propio, único, intransferible. La situación a la que la enfrentó la vida, la puso frente a un vértigo que terminó dando en esta Biblioteca Popular Del otro lado del Árbol.
Nos despedimos entre niños que corren y recordé que cuando salió de la clínica, sintió -para siempre- que llevaba a su hija de la mano. Y nadie puede opinar sobre eso. En cambio, sí, puedo dar fe de que hoy Paula lleva mil niños de la mano, hacia allá, donde se sueña.