En el Día del Apicultor, José Antonio Escobar, Carina Escobar y Edgardo Otamendi hablaron sobre su desempeño en el rubro y cómo llegaron a asociarse para tener una sala de extracción comunitaria.

“La miel de trébol es especial: blanca, muy rica y muy bien considerada”. Así lo definieron los titulares de Apícola El Trébol que, en Kochi Tue, tienen una sala de extracción comunitaria. José Antonio Escobar, Carina Escobar y Edgardo Otamendi hablaron con Central de Noticias en el marco del Día del Apicultor, que se conmemora cada 21 de junio para reconocer la labor de quienes se dedican a la actividad y su importancia en la producción de miel y otros productos apícolas, así como su contribución a la biodiversidad.

Cada uno de ellos tiene una trayectoria distinta en su llegada y desenvolvimiento en el rubro, aunque comparten su admiración por las abejas y la pasión por el desarrollo de la apicultura. Se asociaron hace unos 15 años para tener la sala comunitaria.

Hoy El Trébol se sostiene y ha mejorado esa sala de extracción comunitaria de miel, atiende a unos 20 productores. Además, ofrecen espacio para guardar los tambores, tanto vacíos como llenos, y se coordinan compras comunitarias de alimento.

“Olavarría es una zona muy buena para apiarios” destacaron. Edgardo explicó que “tenemos una condición que es por el medioambiente donde estamos, que tenemos una miel de muy buenas características por nuestro clima y por nuestra vegetación. Estamos en una zona un tanto privilegiada. Es un orgullo para nosotros tener miel que, por las bondades naturales, está muy bien considerada en todo el mundo. De hecho buscan mucho la miel de nuestra zona. Es una buena posibilidad, una miel que se vende prácticamente sola”.

Una actividad familiar

José Antonio Escobar comenzó en 1973 con 10 colmenas. Era trabajador rural y, el propietario del campo para quien trabajaba lo impulsó a sumarse a una iniciativa que en aquel entonces presentó la Cooperativa Agraria. Con la labor de toda su familia, su esposa y sus tres hijos – Carina es la mayor-, llegó a tener 200 colmenas. Hoy mantiene entre 60 y 70, además de trabajar en la supervisión de las actividades de la sala comunitaria.

“Eso es lo más importante para mí que quedó. Yo estaba en el campo y estábamos trabajando con don Rafael Erripa. Este hombre veía que la juventud no tenía una salida laboral. Entonces se le ocurrió decirle a la Cooperativa Agraria que se ocupara de anotar a todo el que quería para poner abejas. Se anotaron 22, empezamos con 10 colmenas cada uno” recordó. De todos los que se sumaron a aquella iniciativa, es el único que queda en actividad 50 años después.

Su formación en la apicultura contó con pocas ayudas y alguna información que le brindó un familiar, fue centralmente su dedicación y la observación del comportamiento de las abejas. “Capacitarte, te hacés solo con la abeja” contó sobre sus inicios. Además, sus ingresos iniciales los reinvirtió en mejorar su capacidad de producción: “lo primero que hice fue hacerme una salita de extracción”. La venta de la miel la hacía a través de la Cooperativa Agraria.

Siempre se mantuvo como trabajador rural y a través de la apicultura pudo mejorar sus ingresos, de hecho resaltó que “gracias a eso, yo le di estudio a los tres (hijos)”. Carina se formó como docente en Olavarría y sus otros dos hijos estudiaron carreras universitarias en Azul y en Buenos Aires: “eran cuatro casas que había mantener” añadió Carina.

Para José Antonio el desarrollo siempre fue familiar. Desde muy chicos sus hijos colaboraban, “cada uno tenía su trabajo. Andrea, que era la más chica, limpiaba los marcos después de extraer. Carina desoperculaba con el hermano. Y yo andaba sacando la miel. Hasta a mi señora por ahí estaba bajando colmenas”. Además, repasó los cambios tecnológicos que se dieron en estos 50 años y cómo se modificó la actividad en el rubro, “las herramientas son otras aunque el trabajo es medio parecido”.

En los inicios de la actividad, los rindes eran más que destacados y José reconoce, que las condiciones del sector rural eran muy especiales: “no se araba, no se fumigaba y eran impresionantes las pasturas que había. Había colmenas que daban 100 kilos. Al tiempo empezaron a venir, estaba todo cubiertos de colmenas. Y ahí el problema fue la enfermedad” lo que empezó a afectar a las abejas.

“Muchas veces, por más cansado que tuviera uno, lo hacía con gusto. Porque es una actividad que para mí es familiar” definió.

Profesionalismo y habilitación

Carina empezó en la apicultura desde muy chica con su papá. “Las abejas para mí son como una mascota. En el campo tenés el perro, el gato, las vacas y los caballos, también teníamos incorporadas las abejas”. Su primera memoria de estar en el rubro es “cuando aprendí a usar el ahumador, esa herramienta que elimina humo para tranquilizar a las abejas y poder trabajar en el colmenar. Ahí empecé a ir al colmenar. Y como que siempre me gustó, no le tenía miedo ni nada”.

Junto con sus hermanos repartían roles para intervenir con su papá. “Para mí es un orgullo, y creo que eso es lo que tiene, el secreto que tiene la apicultura, que si uno quiere lo puede hacer en familia” dijo.

Lo definió como “el arte de las abejas”, “me apasiona y con los años lo seguí haciendo, hasta que se conformó al Centro Apícola de Olavarría y ahí lo conocí a Edgardo, salió la propuesta de trabajar juntos en la sala de extracción de miel. Y ahí nos asociamos los tres y seguimos trabajando”.

A diferencia de su padre que se formó en soledad, “soy de otra generación. Con esto de lo solidario, de ir aprendiendo en conjunto o hacer cosas en conjunto. Para nosotros son muy importantes nuestros clientes, muchos de ellos son amigos”. En ese camino, “también hacemos mucho hincapié en que la miel es un producto alimenticio. Entonces hay que trabajar con mucha responsabilidad porque esa miel llega a la mesa” indicó.

Carina subrayó que “es fundamental cumplir con el objetivo” de profesionalizar la labor, “siempre cuando podemos nos capacitamos y las herramientas son acordes a lo que nos piden, nuestra sala está habilitada. Ahora también habilitamos la sala de fraccionamiento. Por un lado, tenemos la sala de extracción donde se extrae la miel de los marcos. Por otro lado, habilitamos nuestra sala de fraccionamiento que es para poder vender fraccionado, aunque la mayor cantidad se exporta a granel en tambores”.

Dada la calidad y la productividad local, “hay muchos apicultores que fraccionamos. Eso también hace que haya mucha competencia a nivel local. Nosotros nos queremos explayar, llegar a la provincia, por eso es que estamos habilitando el fraccionamiento” amplió.

De hobby a actividad principal

Edgardo Otamendi se inició en la apicultura como inversor, pero en una ocasión tuvo que ocuparse de las colmenas “empecé a ir al campo, a prestarle atención. Realmente me atrapó y me enamoré del comportamiento de las abejas y de su organización. Desde ahí empecé a interesarme cada vez más”.

Comenzó como hobby dentro de la inversión, se volvió una actividad secundaria y, finalmente, se transformó en su actividad principal junto con otro emprendimiento en ganadería.

Con su mayor interés por la apicultura, Edgardo se sumó a capacitaciones. Trabajó con el INTA como asesor del programa Cambio Rural donde conoció a Carina y José con quienes “decidimos armar la sala de extracción comunitaria porque era un problema que teníamos los productores chicos: no teníamos sala de extracción propia. Entonces al momento de extraer la miel nos veíamos imposibilitados a tener una sala decente”.

Así nació El Trébol. “Nos asociamos para brindar el servicio a terceros. Transformamos esta sala de extracción, que era de ellos, en una sala de extracción comunitaria y empezamos a prestar servicio. También junto con el INTA, empezamos a organizar compras comunitarias logrando un mejor precio, y ventas comunitarias logrando un mejor precio. Encontramos un camino que le sirvió mucho a la apicultura y hasta el día de hoy seguimos haciendo ventas y compras conjuntas que al pequeño productor le dan las mismas posibilidades que tiene un productor grande”.

Finalmente, contó que en la sala se registra la extracción para permitir el sistema de trazabilidad: “cada vez que nos traen un lote de cajones se anota al productor su ReNaPa y se le da ingreso al lote de alzas. Se hace referencia a un apiario que tiene una registración dentro del Registro Nacional de Apicultores. Entonces, al momento de cerrar ese tambor con miel, está rotulado y tiene un código. Si hay un problema se puede identificar el lugar de origen de esa miel, de esa producción”. Este registro que hace Apícola El Trébol no sólo hace el sistema de trazabilidad, sino que es necesario para la exportación del producto.


Fuente: cdnoticias.com