La “gran Chambouleyron”, que es también la de varios músicos argentinos que viven en Europa: venir al país en verano, tocar, y de paso zafar del crudo frío de allí. Él llama a la operación “eneros criollos” y esta vez, su enero criollo será el viernes 20 de enero a las 20.30 en Hasta Trilce (Maza 177), donde dará cuenta, entre otras yerbas, de parte de sus dos discos más recientes: Chambouleyron en lo de Gavion y Cuatro canciones, EP este último concebido junto al pianista Roger Helou. “Durante el año ando a los saltos de acá para allá, pero esta es una época en la que abrevo, me renuevo y hago mucha música”, dice este juglar francoargento, que se presentará junto a la banda Mare Nostrum (Gabriel Spiller, batería + Mono Hurtado, contrabajo + Helou) y un repertorio básicamente poblado por canciones “románticas y demodé”. “Considero lo romántico como una utopía posible, como la idealización del objeto del amor”, define Brian, acerca de la primera arista de la propuesta. “Pienso que abandonarse a este sueño es un motor muy potente y creativo, y la humanidad no termina de renunciar a esto… hasta las letras de reggaetón son románticas, a su modo”, arriesga.
–La fórmula cancionera incluye lo de “demodé”. ¿A qué llamás así?
–A una suerte de cariñosa autoironía, porque a veces me siento efectivamente como un “disfrazao sin carnaval” (risas). O como un eternauta de la música, un músico de otra época que nunca o quizás siempre existió. Siempre en la ruta, pero eso sí, trayendo como un saltimbanqui, un puñado de canciones universales y sin tiempo… demodé.
–¿Por qué pensás que lo demodé sigue estando paradojalmente de moda?
–Justamente, porque hace a una esencia humana de no renunciar en el profundo a la utopía del amor, aunque el camino esté sembrado de escollos. Pienso que en la historia, los estilos musicales siempre terminan girando de modo recurrente. Tal vez no de igual manera, pero con espíritu similar.
En esta franja que va de lo romántico a lo demodé y viceversa, Brian incluye temas que tocará en su parada porteña. Entre ellos, “Youkali”, de Kurt Weill; “Parole parole”; un corrido mexicano norteño de Vicente Fernández llamado “La ley del monte”, el tango “La novia ausente”, y “Tigresa” de Caetano Veloso, entre otros. “Son canciones potentes y como se dice, `de muy buena factura`. Casi siempre me enamoro a primera vista de los temas… tengo la sensación de que ellos me eligen a mí, y no viceversa. Todo arranca siempre con voz y guitarra, por eso es que todos los shows que hago tienen también su versión en formato solo-acústico”, cuenta.
Brian viene de un año ajetreado en Europa. Además de la edición de los discos citados, dio un importante concierto para las “Jornadas europeas del patrimonio”, contratado por el Ministerio de Cultura de Francia y la Comisión Europea, además de participar en el festival Tangopostale, de Toulouse, y en el Tarbes, el mayor evento de tango –dicen—del continente. “Europa no es lo que era”, asegura el cantor. “La crisis también llegó allí. La pandemia y la guerra pusieron patas para arriba las economías y muchas seguridades, entonces hay que ser más creativo para generar proyectos, animarse a proponer cosas, circuitos de trabajo, nuevos públicos. Pero a la vez, esto es muy bueno, porque te templa y te mantiene cerca de la esencia del oficio de cantor viajero”.
–¿Qué debe hacer un “cantor viajero” entonces para sobrevivir en este contexto inestable?
–Básicamente, no creérsela demasiado y tratar de circular por donde lo quieren, y no insistir por donde no.
–¿Qué tenés para decir de los festivales de Tangopostale y Tarbes, donde parece que te quieren?
–Son eventos "argentinófilos", fenómeno del que nadie habla pero que está muy difundido en Europa. Existe mucha gente que conoce y aprecia la cultura argentina y que además se organiza y da trabajo a músicos, bailarines, y artistas plásticos. El festival de Tarbes se hace en una ciudad que durante una semana se sumerge entre el baile, la música y la cultura argentina. Allí me di el gusto de hacer mi show de juglar criollo y también de colaborar con una orquesta francesa llamada Cuchicheo, como cantor nacional. El de Tangopostale, en tanto, tiene una sección especial de cultura argentina, donde la vedette sigue siendo el baile de tango, aunque también se baila bastante folclore. En ambos, terminé siendo el más francés de los argentinos y el más argentino de los franceses (risas).
Chambouleyron nació en Francia, de hecho, pero se siente argentino por adopción. En parte, porque aquí surgió como uno de los impulsores del tango en la década del 90’, a través de iniciativas como “Glorias porteñas”, “Patio de tango” o “Les chemins de Gardel”. Tras ello, inició un periplo solista que ya va por doce discos. Entre los más recientes, se encuentran los citados Chambouleyron en lo de Gavion y Cuatro canciones. “Son dos trabajos con historias diversas, pero donde pude plasmar algunas ideas, algunos procesos de este último tiempo”, engloba y luego individualiza. “Chambouleyron en lo de Gavion, es un disco producido íntegramente por Gavión, un personaje único en su especie, un amante del tango y la música rioplatense, amigo de todos los artistas, buen cantor y, a su modo, un mecenas de los artistas argentinos allá en su Valencia natal. Bueno, resulta que el hombre ha decidido producir una colección de discos. Y el mío, es el puntapié inicial. En él, he podido darme algunos gustos como el tema “Ella” de José Alfredo Giménez, o el sobrecogedor “Te quiero, dijiste” de la cancionista de inicios del siglo XX, María Graber. Una canción dedicada a una hija fallecida… tremendo”.
–¿Cómo resultó la sinergia, con Helou en Cuatro Canciones, tu otro disco reciente?
–Con Roger venimos trabajando desde hace un tiempo en una fructífera tensión creativa, que marcha en paralelo a la amistad. Lo considero un pianista fuera de serie, de corte expresionista, por así decirlo. Sus acompañamientos recuerdan a veces a los post-tangos de Gerardo Gandini, pero mucho más ígneos, viscerales. Para mí, ser acompañado por Roger es un rally con obstáculos (risas). Cuando canto con él, dejo la guitarra de lado, generalmente, y nos vamos proponiendo cosas de manera vertiginosa, tratando de seguirnos y desafiarnos, en el mejor de los sentidos.