La historia es conocida, aunque nunca está de más volverla a contar.
En los coletazos de 1994, Divididos se despedía del gran Federico Gil Solá, el virtuoso baterista que acompañó a Ricardo Mollo y a Diego Arnedo en quizás la época dorada del power trío de Hurlingham (entró a la banda en 1991 y participó de los discos "Acariciando lo áspero"y "La era de la boludez”).
Ante esta incertidumbre, Mollo sabía que había un pibito de 14 años, hijo de un amigo del barrio de Haedo, que tocaba como nadie las canciones de “la aplanadora”, en la batería.
Ese niño prodigio era Catriel Ciavarella, un guachin peli largo que se escapaba de la escuela para sentarse horas y horas frente a su instrumento, y repetir hasta el cansancio los ritmos precisos que guiaban a los ex Sumo.
Mito o leyenda urbana, la anécdota que elegimos creer dice que fue el padre de Catriel él que le dijo a Ricardo que no, que todavía no era el momento para que su hijo forme parte de Divididos.

Fue recién en 2004 y luego de que Catriel haya transitado sus primeros pasos fuertes en la música (integró MAM, el grupo hard rock de Omar Mollo), cuando finalmente Ciavarella ingresó a la banda, tras la salida de otro histórico baterista como Jorge Araujo.
De aquel joven de 25 años que cumplía el sueño de ser parte de una de las bandas más icónicas del rock latinoamericano a este músico referente que transita en plenitud los 43, pasaron más de mil shows por todo el mundo, un álbum de estudio increíble como "Amapola del ‘66", reediciones de discos y hasta una nueva faceta como productor musical.
Aunque lo más importante, como suele decir desde la humildad más inocente y creíble, siguen siendo las historias.
-Divididos está por cumplir 35 años de recorrido dentro del rock argentino, ¿cómo son estos días para ustedes?
-No muy distintos de lo que son siempre, que es tocar, vernos y viajar mucho. La verdad que no cambia la rutina, aunque sí con mucha expectativa y laburo por delante para planear todo lo que va a hacer la fecha en Vélez: ideas, puesta en escena, luces, sonido y todo.
-Pero más allá de ser un aniversario importante, imagino que debe ser un lindo momento para parar la pelota y poder tomar dimensión de lo que significa Divididos dentro de la música.
-Mientras se están dando las cosas, no te detenes mucho a pensar, salvo por momentos emocionales, donde automáticamente el corazón te lleva más para atrás que la cabeza. Es difícil con la cabeza ponerse a reflexionar. Lo pensado no es tan eficiente en esos casos, es más lo emotivo que aparece así instantáneamente.
Hay momentos donde hay cosas muy fuertes en lo emocional y aparecen en flashes. Quizás es tocando o probando sonido o ensayando o escuchando. Hay gente que es más de ponerse a analizar, yo no lo hago.
A mí me pasa por el lado más emotivo, lo que se siente, la historia, cómo se dio todo. Por ahí me pasa más cuando lo cuento, cuando me hacen una entrevista y alguien se sorprende por mi historia, y ahí sí vuelvo a decir “qué loco”. Es muy fuerte, emocionante y no pasa todos los días. Pero desde el andar, eso es para más adelante.
-Recién mencionaste el show que van a hacer en Vélez el año que viene, pero si hay algo que caracteriza a la banda es su versatilidad y adaptación a la hora de encarar un show. De hecho, ahora se vienen los Teatro Flores, un lugar mucho más chico, íntimo.
-Sí, esa es sin dudas una de características más hermosas que tiene la banda. Está buenísimo que sea así, al ser una cosa tan popular, de canciones que todo el mundo puede cantar, pero a la vez muy musical donde todo nace de tres personas tocando en vivo.
Esa misma canción se renueva permanentemente en cada show porque se interpreta de una manera totalmente sanguínea, emocional. Entonces nunca es lo mismo porque está concebido así. No hay pistas, no hay un patrón, no se sabe por dónde puede venir la cosa. Es una música muy libre que permite esa renovación permanente, y una cuestión de interpretación que rinde en lugares chicos también; tiene esa cosa roquera qué también lo podés hacer en un estadio.
-En tiempos donde los shows parecen puestas de escena de Hollywood, Divididos se aleja de eso y vuelve a demostrar que las canciones siguen siendo lo único fundamental dentro de la música.
-Sí, ninguna pulserita de colores, pantalla o fuegos artificiales le van a ganar a las canciones. Todo nace desde allí, de dos tipos que aman tocar y quieren trasladarlo a distintos escenarios. Pero lo principal es que esto suene, que esté bien, lo demás es un complemento.

En Flores, por ejemplo, hay una pantalla en el fondo, pero jamás la usamos ni la vamos a usar porque no la necesitamos. En Divididos encontrás uno de los últimos estandartes de eso, una especie de resistencia genuina, una horizontalidad total con el público: todos somos del mismo equipo.
-Hablando de equipo, sabemos que sos muy fanático del futbol. ¿Cómo estás llevando el Mundial de Qatar?
-Cada vez más racional (risas). Hoy en día me molesta un poco la pasión exagerada del fútbol, no me gusta ver a un pibe de ocho años llorar por un equipo. Tampoco la de criticar al rival, de pelearse, ya ni la cargada me va. Vos dirás “sos un amargo” (risas), pero hay una parte del hincha que cada vez pierdo más.
Mi relación con el futbol como deporte sigue igual, lo amo, y con respecto a la Selección quiero que le vaya bien por Messi, Di María y este grupo de pibes que realmente se lo merece.

-Se cumplieron dos años de la muerte Diego Maradona, ¿recordas alguna anécdota con él?
-La muerte de Diego es lo más horrible que nos pasó. Tuve la posibilidad de conocerlo en un partidito de futbol, casi me muero. Diego era –es, en realidad-un ser humano hermoso, de esos que enseguida te incluían en cualquier charla. No hay mucha gente así, es más, hay tipos que no son ni el 20% de lo que fue él y te miran desde arriba.
No se puede explicar en palabras el amor que tenemos los argentinos hacia él, porque es mucho más que un futbolista, es la historia grande de un país, es Malvinas, es justicia, es Argentina pura. El amor más verdadero de todos.
Fotos: Nacho Arnedo (divididos.com.ar)