El rol de los médicos en televisión tomó una nueva dimensión en el mundo pospandemia. Y no solo por la covid sino también por la tremenda difusión –para bien o para mal– que las redes le dan a la información sobre salud. ¿Qué le falta al mundo de la comunicación en general y al de la sanidad en particular? Una mirada profesional y humana.

De eso se trata "Médico de familia" (de lunes a viernes, a las 16, por El Nueve), el programa conducido por el doctor Jorge Tartaglione, un cardiólogo que, además de contar con 40 años dedicados a la medicina, pasó la mitad de ese tiempo cultivando su interés por la comunicación.

“La televisión es un medio extraordinario para poder llegar a cualquier lugar del país. La idea es ingresar en la habitación, en la cocina o en la casa de cualquier ciudadano en la Argentina con un mensaje que puede serle de utilidad”, se entusiasma, y el nombre del programa define el carácter del envío: información clara y útil para mejorar la calidad de vida en un formato que se ocupa de los problemas de hoy.

–¿La televisión es una extensión del consultorio?

–Sí. La idea es que el programa genere lo mismo que como profesional puedo hacer en mi consultorio. La diferencia fundamental es que cuando doy consejos sobre salud en un medio de comunicación ya no le estoy hablando a un individuo sino a una comunidad mucho más grande. No es algo menor considerando que el objetivo del programa es promover el cambio de ciertas conductas en favor de otras más saludables.

–¿Cómo se logra un formato moderno?

–Por un lado, ofreciendo material de calidad. Por el otro, contamos con diferentes secciones que se adecúan a las demandas actuales. Con Desiree Jaimovich, que es una periodista especializada en tecnología e innovación, hablamos sobre bienestar digital. En esta época interconectada, queremos pensar con el público las mejores maneras de relacionarnos con la tecnología.

Además nos acompaña una vez por semana la periodista especializada en ciencia Nora Bär. También participa la licenciada Analía Carril, que es psicóloga. En cada sección generamos una caja de herramientas con recursos para que los televidentes puedan recurrir en caso de necesitarlo.

–¿Queda lugar para el esparcimiento?

Claro, con Rodo Reich, periodista especializado en gastronomía, cocinamos y contamos historias, los pro y los contras de cada plato. Es muy divertido.

–¿Cuál es el sentido de enseñar a armar y mantener una huerta?

–Estamos convencidos de que tenemos que ayudar a la gente a que cultive sus propios alimentos de manera sencilla y gratuita. También nos metemos en el mundo de las plantas medicinales.

–¿Cómo se pueden promover cambios de conducta sin caer en la prescripción?

–Una manera es mostrando en la práctica cotidiana los beneficios de ciertos hábitos. ¿Cuántas veces los médicos damos recomendaciones que no cumplimos? En la sección “Practico lo que receto” mostramos el beneficio de la actividad física sobre mi propio cuerpo.

–Además, hay que enfrentarse a la ignorancia multiplicada en internet.

–Esa puja siempre existió, pero claramente las facilidades que brinda la tecnología nos enfrentan con nuevos desafíos. El problema con Google es que gran cantidad de los conceptos médicos que contiene son erróneos. Por otro lado, las redes sociales generan malas conductas, por eso en la sección “Reaccionando” nos ocupamos de refutar las falsedades, locuras y barbaridades que hay en internet, cosas como tomar vinagre para bajar de peso. También analizamos series como "The Last of Us", en la que se habla sobre la copa menstrual.

UN MÉDICO EN LA PUERTA

–¿El rol del médico de familia se modificó con los años?

El espíritu es el mismo. Existe la especialidad médico generalista y de familia, que es espectacular, se ocupa de la atención primaria. En la Argentina hay una residencia de médico de familia. Yo pertenezco a una familia de médicos; mi padre, mi hermano, mis hijos lo son.

Cuando tenía 6 años acompañaba a mi papá a recorrer con el auto los diferentes domicilios, y lo esperaban con la pañoleta y el agua caliente, atendía a toda la familia. Hoy hacemos honor a ese profesional que es el primero en llegar a la casa de los pacientes y evalúa si es necesario hacer una derivación.

–La pandemia marcó un antes y un después no solo en la práctica médica, sino también en el rol del comunicador. ¿Cómo vivió esa etapa?

Durante la pandemia trabajé muchísimo en televisión con la intención de aportar tranquilidad y concientización. Fue una época muy triste, pero el uso político que se le dio fue más lamentable. Ni hablar del uso comercial. En la realidad fue terrible. En mi familia, algunos hisoparon y otros estuvieron atendiendo pacientes en terapia intensiva durante meses.

A ellos las personas se les morían como si fueran pajaritos mientras se expandía una discusión política sobre los muertos. Me impactó muchísimo todo eso. En mi familia cada uno tuvo su misión: algunos estuvieron intubando, testeando, vacunando, y yo, comunicando.

–Se habla cada vez más de los trastornos ligados a la vida moderna, como los desórdenes en la alimentación, la ansiedad y los temores generalizados, como el miedo a la muerte y al paso del tiempo.

Les damos mucha relevancia porque no se trata de pensar en la enfermedad en sí misma sino también en la estigmatización que sufre quien la padece. La depresión es un tema en sí mismo y hay que tratarlo con mucha precaución porque genera la mitad de las muertes a nivel mundial. Después de la pandemia se incrementaron los casos, fundamentalmente entre los adolescentes; observamos un gran impacto entre los más jóvenes.

Por eso nos acompaña un psiquiatra con el que conversamos, por ejemplo, sobre el estrés postraumático, poniendo la lupa especialmente en las consecuencias emocionales de la guerra de Malvinas. En estos casos siempre nos referimos a estos temas con un mensaje positivo teniendo en cuenta la sobreexposición dramática con la que hoy se suele comunicar.

CAMBIO DE ESCENARIO

–Pararse frente a una cámara no es igual que recibir a un paciente en el consultorio. ¿Siente alguna presión extra cuando sale al aire?

En absoluto. Cuando le hablo a la cámara, como en la consulta, pienso que estoy frente a una persona que está en Abra Pampa, Caleta Olivia, Río Turbio o Berazategui. Mi función es esa; yo no soy periodista, soy médico. Y frente a la cámara o al micrófono me comunico como tal.

La palabra del médico es muy importante; puede matar o curar a una persona, puede incitarla a hacer cosas positivas para sí misma o todo lo contrario. Para decirlo de otro modo, la palabra puede ser un remedio o un veneno, y la responsabilidad que se asume al comunicar no tiene nombre.

–Sería retomar el legado de los antiguos médicos sanitaristas itinerantes.

–Un poco es eso, pero lo lindo es que se puede hacer a gran escala. Esa posibilidad de llegar a más gente no tiene precio. Hoy el objetivo es pensar en la gran comunidad que mira El Nueve y llegar a ella con un mensaje de prevención con el que se puede identificar.

–¿Cuáles son las ideas en torno a la profesión médica en las que sigue creyendo luego de 40 años de trabajo?

–La convicción de que la medicina no es inocua y que implica un riesgo. También se mantienen las expectativas, porque en la relación médico-paciente cada uno espera algo del otro. Ser médico es muy gratificante, y para muchos de nosotros lo que se inició como un compromiso vocacional terminó convirtiéndose en una pasión que incluye la misión de enseñar.

Esas cosas no han cambiado, sí lo hizo la tecnología, pero la función básica que me toca es exactamente la misma; ser médico es poder contener a un paciente desde el momento en que le das la mano.

–¿La telemedicina pone distancia en esa relación?

–Aunque conspira contra el contacto físico, en muchos casos ayuda. Es muy útil en atención primaria porque ayuda a orientar. En ese sentido, creo que no la tenemos que evitar.

–¿Qué diferencia hay entre hablar a una audiencia invisible y hacerlo en la intimidad del consultorio?

–En los medios está lleno de opinólogos que hablan de la pandemia con la misma liviandad con la que se refieren a la política o al terraplanismo. El riesgo es que mucha gente dé por sentado que todo lo que se dice es cierto. Por eso hay que ser muy cauto en el uso de la palabra. En eso no hay diferencias; al fin y al cabo, ser médico es ponerse en el lugar del otro.

Fotos: Alejandro Calderone Caviglia

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