El nene de tres años, caprichoso e indomable para mamá Mónica y papá Roberto, recorría incansablemente la cancha de Deportivo Belgrano de Sarandí, club donde ella era tesorera. Como en muchas familias humildes, el pequeño Rodri quedaba a cargo de un abuelo, en este caso Osvaldo. Fue fundamental para su crianza y su amor por la redonda. Gambeteó la angustia del duro divorcio de sus viejos con las sonrisas que le arrancaba su nono, su principal ladero en el incipiente recorrido de ese niño que con ocho años se sumó a las infantiles de Racing allá por el 2002. Un lugar que de inmediato se convirtió en su segunda casa.

Para Lautaro la cosa fue bien distinta. A los ocho años no tenía decidido qué deporte lo enamoraba más. Deshojaba la margarita entre el fútbol y el básquet, en ambos se destacaba. Su padre Mario, el Pelusa, y su mamá Karina siempre le permitieron elegir con libertad, aunque la sangre tira. Y vaya si en este caso lo hizo: su abuela Luisa era goleadora en las calles de Bahía Blanca cuando faltaban décadas para que la expresión “fútbol femenino” dejara de ser un oxímoron. Lo mismo el Pelusa, quien jugó de manera profesional en el ascenso argentino. Tal vez por este legado, el Toro se decidió por el fútbol y comenzó las inferiores a sus once años en Liniers de Bahía Blanca.

Sin ser contemporáneos en su formación como futbolistas, ambos transitaron las inferiores de Racing en el Predio Tita Mattiussi. Un lugar signado por la lucha, el sentido de pertenencia y la convicción para defender un territorio para los futuros talentos del club. Sí, el primer complejo deportivo del mundo cimentado con la sangre, el sudor y las lágrimas de sus hinchas. Será por eso que Rodri y Lauti hicieron de la resiliencia un estilo de vida. De Paul jamás dejó de intentar y a pesar de la muerte de su abuelo, ídolo al que lleva tatuado, irrumpió en la Primera de Racing con tan sólo 18 años en 2013 de la mano de Luis Zubeldía. En ese mismo momento, el pequeño Lauti armaba un bolso y, lleno de congoja por separarse se Alan, su hermano y máximo referente, se mudaba a la pensión de Racing en Casa Tita, a unas diez cuadras del predio.

Antes de arribar a la cantera de la Academia, Lautaro luchó contra viento y manera, superando incluso experiencias traumáticas. Si De Paul estuvo diez años en las inferiores de la Academia, al Toro las puertas del Predio Tita recién se le abrieron a sus 15 años. Antes debió sufrir un durísimo rechazo por parte de Boca Juniors en una prueba donde minimizaron sus condiciones y lo excluyeron por su falta de volumen físico. Martínez juró revancha mientras su viejo le secaba las lágrimas de regreso a Bahía Blanca. Vaya si la tuvo cinco años después cuando ya consolidado en Primera dio su gran golpe en la Bombonera para un 2-1 que lo puso en la tapa de las principales portadas. Dos años antes había debutado de la mano de Diego Cocca, en remplazo de un tal Diego Alberto Milito.

De Paul se afianzó como profesional con tan sólo 19 años y literalmente explotó en el primer semestre del 2014. En un Racing que pugnaba por la reconstrucción mientras los dirigentes se fagocitaban entre sí peleando absurdamente, la magia de Rodri y de aquella camada que incluía a Centurión, Fariña y Vietto, fue un bálsamo para la Academia en tiempos tormentosos. A mediados de 2014 se marchó a Valencia, pero nunca se adaptó. Y un semestre en el Racing de Sava pasó de ser un trampolín a poner en jaque su promesa de crack. En la vuelta a Europa, su paso al Udinese le cambió la vida para siempre. El entrenador español Julio Velázquez convenció al ahora campeón del mundo con la Scaloneta de que, para ser un jugador de elite, no alcanza con el talento. Necesitaba sacrificio y rock and roll. Así como deja todo por sus amigos, comenzó a entregar cada gota de sudor para reencauzar su carrera y convertirse en un volante que hoy forma parte de la elite mundial.

Antes de ser uno de los mejores compinches de Messi en la Selección, Rodrigo De Paul fue leal con los suyos. Con aquellos pibitos como él que fueron al Colegio Loreto, en lo profundo de Sarandí. Con Fabricio y con Lucas patea una pelota desde los tres años y aunque ellos no hayan tenido la suerte de llegar, Rodri sigue siendo uno más en cada uno de los asados ambientados con buena cumbia para seguir celebrando la amistad de un pibe humilde que terminó cautivando a Messi a puro mate cuando la Scaloneta recién encendía su marcha.

Al igual que ocurrió con De Paul y otras tantas promesas de nuestro fútbol, el paso del Toro por Avellaneda también fue escueto. Duró apenas tres años en Racing con una lesión en el quinto metatarsiano en el medio, otro escollo que debió superar antes de afianzarse. Partió hacia el Inter de Italia en 2018. Su inicio en Europa fue similar al de De Paul. Le costó horrores adaptarse a ese fútbol y a estar lejos de su familia, aunque rápidamente construyó la propia junto a Agustina Gandolfi, con quien tres años después tendría a su primera hija, Nina Martínez.

Más allá de compartir plantel en Racing allá por 2016
donde ninguno de los dos fue protagonista, se hicieron socios inseparables de
la Scaloneta, desde 2018 hasta la actualidad. De Paul siendo el motor del
equipo y el Toro, el segundo máximo goleador del ciclo que se coronó en Qatar.
Para Rodri, un mundial de menos a más. Soportó críticas de todo tipo, para
luego salir a flote, mostrando la dinámica y la intensidad que enamoró al
pueblo argentino. Lauti, lejos de tener la copa del mundo que todos
esperábamos, mostró una templanza de acero para patear ese pesadísimo penal
frente a Países Bajos y terminar abrochando el pase a las semifinales. De
cualquier modo, en estos campeones que serán eternos, Sarandí y Bahía Blanca
tienen dos representantes que bañan de gloria nuestras tierras con el
sacrificio y la humildad que mamaron en el Tita, ese lugar reconstruido por la
pasión de los hinchas de Racing que fue la cuna de estos campeones del mundo.
Con la resiliencia como bandera.

Periodista partidario. YouTube: @vascodelagente

Artículo original de www.pagina12.com.ar

;