Los Pumas resistieron a los indomables samoanos, la lluvia, la pelota enjabonada y sus propias dudas como si bailaran un tango. La letra de Naranjo en Flor parecía escucharse en el Stade Geoffroy-Guichard de Saint-Étienne. “Primero hay que saber sufrir…”, cantaba el Polaco Goyeneche y la Selección Argentina cumplió esa premisa. Para ganar un partido clave, seguir con ilusiones en el Mundial y sacudirse la amarga derrota en el debut con Inglaterra. La chapa indica un 19-10 que debió ser más holgado, más tranquilizador, pero no hubo caso. A dos minutos del final Samoa estaba a tiro de try convertido (16 a 10) y el histórico hooker Creevy, ex capitán y con más de cien partidos, cometió knock-on en una jugada de posible try. Era el enésimo error no forzado del equipo en un choque de destrezas donde los isleños siempre se mantuvieron cerca en el resultado.
Hubo una mejoría en Los Pumas si se compara éste con el primer partido. La obtención fue más limpia, la concentración no se perdió, el maul resultó la herramienta más útil de ataque, aunque enfrente estaba la entusiasta Samoa y no la Inglaterra quirúrgica que ganó en París.
Esa era la actualidad que se arrastraba, pese a que el ranking de World Rugby la ubica a Argentina solo un puesto arriba de su vencido esta vez (10° y 11°). Sí las diferencias aparentaban ser mayores, existían en la cabeza de ciertos especialistas. Daban por descontado que si el equipo volvía a ser el que da pelea con las mayores potencias, se ganaba. Ni con amplitud, ni con punto bonus, pero se ganaba. Fue lo que pasó. Aunque con una dosis excesiva de padecimiento deportivo.
Ahora la perspectiva de clasificación a cuartos de final es otra. Porque se viene Chile (el rival más débil del grupo D) y para cerrar Japón, un partido que merecerá la misma o mayor atención que el de Samoa.
En las islas de la Polinesia viven unas 200 mil personas y aman el rugby como a sus rituales. Por eso recibieron con su danza maorí, el Siva Tau, un Haka al estilo All Blacks, al seleccionado que dirige el australiano Michael Cheika. Más cantado y en apariencia menos agresivo. Pero empezó el partido y los samoanos hicieron sentir su kilaje y sus físicos dispuestos al choque frontal. A los 35 segundos ya había recibido la tarjeta amarilla uno de ellos, Paia’aua, por cargar un salto de Santiago Carreras. Diez minutos afuera que Los Pumas aprovecharon para apoyar su único try. Su autor, Boffelli, también lo convirtió. El 7-0 empezaba dando una ventaja temprana y tranquilizadora. Un nuevo penal del rosarino amplió las cifras (10 a 0), otro de Samoa convertido con suspenso las achicó y uno más de Boffelli permitió que Argentina terminara 13-3 la primera etapa.
Ya se habían desperdiciado algunas situaciones propicias de try y el partido parecía encaminarse. Sobre todo cuando el pateador del Edinburgh Rugby de Escocia extendió la diferencia otra vez con un penal (16-3). Pero Samoa, que por algo es una isla de nativos guerreros, tenía muy claro que vendería a precio alto su derrota. Con aguante y alguna réplica esporádica mantenía la sensación de estar en partido. Ya en un segundo tiempo que se había emparejado por la propia impericia de Los Pumas para sacar una diferencia indescontable en el resultado.
Samoa fue el hogar de Stevenson, el autor de La isla del tesoro. Vivió sus últimos años en Apia, la capital, donde se conserva un museo en la casa que habitó hasta 1894. El tesoro samoano es su propia cultura, su lengua plagada de vocales y nombres impronunciables para cualquier foráneo, y ahí, en un rincón de su acervo nativo hay que hacerle un lugar al rugby. Por eso lo juegan con tanta pasión como otros pueblos del Pacífico, los de Fiji y Tonga. Ni que hablar de Nueva Zelanda que tiene una relación de buena vecindad y le aporta jugadores a sus selecciones.
Perdidos por perdidos y ante un rival que seguía cometiendo errores de manejo o tomaba malas decisiones cerca del ingoal rival – el entrenador Michael Cheika dijo que debían ser “más clínicos en los últimos metros” – los isleños se les fueron al humo a Los Pumas. Y descontaron con un try a puro empuje que los acercó a 16-10. Parecía que se venía la noche a 6 minutos del final. Hasta que apareció otro histórico de Los Pumas, el tucumano Nicolás Sánchez. Con Cubelli, su compañero en la pareja de medios, debieron entrar antes. Santiago Carreras y Bertranou habían cometido varios errores con el pie y ya no daban respuestas certeras.
El medio apertura y máximo goleador de Argentina con 849 puntos, se hizo cargo de un penal en la mitad de la cancha y liquidó cualquier reacción a falta de un minuto. Lo festejó con una palabra que marcó su desahogo: “bombazo”. No hacía falta ser especialista en lectura de labios cuando las cámaras de TV lo tomaron a Sánchez en cámara lenta.
Los Pumas dieron un paso adelante, aunque todavía les falta una horneada para ser más confiables. Quizás deban experimentar con otros planteos y seguir subiendo escalones en lo construido. Un Mundial no da demasiado margen a partir de lo que se viene, si superan la fase de grupos.
En Samoa cocinan en lo que llaman umu, un horno construido a nivel del suelo. Así, con los pies sobre la tierra, la selección tiene que ir paso a paso. Tuvo un apoyo enorme de los hinchas argentinos en las tribunas de Saint-Étienne. Una inyección anímica que podría compararse con el Haka maorí. Se hizo sentir, aunque venía de afuera.
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