Terminó el partido y al minuto ya tenía en el WhatsApp saludos de afuera.
Un amigo chileno, funcionario de Salvador Allende a los veintipico y todavía en la política, mandó un muñequito con los brazos en alto. Cuando le respondí, subió la apuesta: “¡¡De pie América Latina!!”. Y después los mensajes no pararon más.
Como ustedes saben bien, cuando llegó el momento de entregar la copa principal Mauricio Macri, importante directivo de la FIFA, no apareció en la cancha junto a su admirado emir. Después de leer una nota sobre los elogios de Macri a la principal belleza natural de Qatar –la falta de gremios– un amigo me dijo que obviamente a los qataríes les falta mucho para llegar a un nivel razonable de relaciones laborales. El tipo sabe del tema. Es aún más tucumano que Felipe Yapur. Anuncia “te voy a hacer aca” (del quechua “aka”, cacen el diccionario) pero lo anuncia lejos, porque trabaja en el exterior como funcionario internacional especializado en cuestiones laborales. Dice el experto que, en comparación con su historia no muy lejana, los qataríes avanzaron hacia cierta formalización del mercado de trabajo. Por ejemplo, antes la retribución de los trabajadores extranjeros se negociaba a través de empresas de cada país. Nepalíes, indios, filipinos o indonesios cobraban en Qatar solo lo poco que podrían cobrar en sus naciones de origen. Ahora hay un salario común. “Si Macri supiera eso pensaría que es populismo, porque empezás por ahí y después llegan los gremios”, ironiza el tucumano.
Pero los mensajes de WhatsApp más impresionantes vienen llegando de Brasil.
Un ex ministro de Lula me mandó esa estampita que muestra a Diego con aureola y una pelota que brilla. Debajo se lee: “Santo Maradona”.
Otro fue al punto: “Parabéns, Martín”.
Con un tercer amigo, que también fue ministro, veníamos enviándonos mensajes desde antes. Por las semifinales recibí una imagen con Mbappé, Messi, Modric y Hakimi de espaldas, los cuatro caminando hacia la Copa. Brasil ya no estaba. Decía, en traducción del portugués al español: “Sin bailecitos, sin cambiar el color del pelo, sin comidas millonarias. ‘Apenas’ entrenamiento, concentración y voluntad de vencer”.
–Hay enojo allá con la selección brasileña, ¿no? –le pregunté a mi amigo.
–Total –contestó.
–Desde acá da la sensación de que estuvieron frívolos.
–Ni eso. Solo $$$$$.
–Entonces qué daño hizo Bolsonaro… –le escribí–. Transformó el color amarillo de las camisetas en una coartada del dinero.
–Verde que te quiero verde –respondió poético, antes de repetir tres veces un signo–. U$S, U$S, U$S.
El viernes mi amigo volvió a la carga. Llegó un Messi con el pulgar en alto y una leyenda en portugués. Traduzco: “Sin comer bifes de oro, sin aritos, sin el cabello teñido. Simplemente jugando”. El domingo a la mañana, antes de la final, otro mensaje: “¡Unidos hoy por la Argentina! Fuerte abrazo”. Y después del penal de Gonzalo Montiel y la locura, otro más: “¡Qué viva Argentina!”.
Supuse que no habría más mensajes de alegría compartida. Error. El lunes a la mañana, una imagen que no había visto en las redes llegó al celu. Es un montaje. Se lo ve al presidente Jair Bolsonaro, copa en mano, rodeado por la selección brasileña. Debajo se lee, en portugués: “Obrigado, Argentina, por ter nos livrado dessa cena”. O sea, “gracias, Argentina, por habernos librado de esa escena”.
Mis amigos brasileños, igual que el chileno o el tucumano, son viejos militantes políticos. Por eso ninguno cayó en la tentación boba, diría Messi, de atribuir la victoria argentina en el Mundial al peronismo, al Gobierno, al movimiento obrero organizado o a Cristina. Pero todos, además, son futboleros, una característica en la que no siempre rige la hermandad latinoamericana. Sobre todo en privado. Y sin embargo, en especial los brasileños, estaban contentos con algo que sobrepasa los límites del fútbol. ¿Qué cosa de esta selección les despierta esos sentimientos? ¿La seriedad, tal vez? ¿La sobriedad de Messi y Scaloni? ¿La insistencia de estos chicos en no olvidarse nunca, pero nunca, cada vez que hablan, del lugar de donde vienen? Y si no vienen de muy abajo como el Dibu Martínez o Gonzalo Montiel, ¿será que se les nota un ida y vuelta natrual con un pueblo que, como dice el pensador rosarino Marcelo Brignoni, “nunca olvida a quienes le brindan amor y alegría”?
Debe haber en esta selección, y en su marca popular, cierta nobleza que los amigos brasileños sienten como algo distinto. Algo bien opuesto al fascismo.