A diez días de encarar la primera semifinal de la Copa Libertadores ante Palmeiras, todos los indicadores de Boca emiten señales de alarma. De sus últimos nueve partidos, el equipo ganó sólo uno (3 a 1 a Platense), en seis de ellos no marcó goles y perdió de manera consecutiva, sus últimos tres encuentros por la Copa de la Liga. Si la hay, cuesta detectar la idea de juego que pretende su técnico Jorge Almirón y si todavía mantiene la competitividad en la Libertadores y la Copa Argentina, se debe a la formidable eficacia de Sergio "Chiquito" Romero en las series de tiros desde el punto penal (atajó seis de los doce remates que le efectuaron) y desde luego, a la efectividad a la hora de los remates (convirtió doce y erró solo dos).
Ni siquiera la rimbombante contratación de Edinson Cavani pudo potenciar el ataque boquense. El delantero uruguayo hizo sólo un gol a Platense en los seis partidos que disputó porque en verdad, le llega poco y nada de juego. Cuando sale del área para tirarse atrás y a los costados, demuestra la vigencia de su calidad. Pero parece diluirse en los últimos veinte metros de la cancha. Tal vez ya no esté para ir tan de punta. Pero tampoco el problema es exclusivamente suyo: lo mismo le ha pasado a Darío Benedetto y a Miguel Merentiel cuando les tocó entrar. Boca genera pocas situaciones. Y las pocas genera las resuelve mal.
Alguna vez le funcionó a Almirón poner al peruano Luis Advíncula como volante por la derecha para aprovechar su tranco largo y su buen remate desde afuera del área viniendo desde atrás. Ahora, directamente lo transformó en extremo. Y por el otro lado, colocó a Valentín Barco quien juega de hombre orquesta: ha sido lateral, volante y extremo por la izquierda y hasta ha arrancado como mediocampista central. El técnico pretende armar por afuera y definir por adentro. Hasta el momento no le ha salido. Cuando un jugador rinde, tal el caso de Cristian Medina en la media cancha, Almirón empieza a pasearlo por distintas posiciones a ver si le resuelve los problemas. Y lo arruina.
Los millones de hinchas de Boca (y desde luego que sus dirigentes) saben que esta no es una Copa Libertadores más. Habrá elecciones en el club a fin de año y a la oposición liderada por el mismísimo Mauricio Macri podría beneficiarla una eliminación a manos de Palmeiras para dañar las chances políticas de Juan Román Riquelme, que aspira a presentarse como candidato a presidente. En los pasillos de la Bombonera se rumorea en voz no tan baja que si Boca no llega al final, será el propio Macri y no el casi desconocido Andrés Ibarra quien aspire a la presidencia para enfrentarse a Riquelme.
La Copa Libertadores vuelve a ser entonces la medida de todas las cosas para Boca. Y el único salvavidas que lo mantiene a flote en un año muy malo a nivel local. Se le acaba el tiempo a Almirón: le queda una semana y media y dos partidos contra Central Córdoba de Santiago del Estero y Lanús para darle a su equipo una identidad que hasta aquí no le ha podido dar. Y que necesitará para poder pasar a Palmeiras y llegar a una nueva final copera.
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