Ellos saben dónde está (otra vez marzo)

Ella estaba sentada en medio del living tomando el primer café de la mañana, arropada con el eterno pullover larguísimo. Hacía frío. Era feliz. Le gustaba la mañana así, fría y con la casa oliendo a café.

Él salió de su cuarto ya vestido y con el gorro de lana encajado hasta las cejas. La vio sentada y se le fue encima y la abrazó muy fuerte y le dijo “¡ay que te quiero tanto!”. Ella respondió el abrazo, sentada, con caricias y le dijo:

–Tu pantalón huele a pis.

–No jodas ma…¡es el olor del macho!

–Del macho sucio querrás decir, también se puede oler a macho limpio. Podrías bañarte y cambiarte, si el pantalón huele así, no quiero ni pensar en tus interiores… incluyéndote.

–A las pibas les gusta así…

-J-a!… como si te miraran las pibas a vos…

Los dos se rieron y compartieron los cinco minutos de la mañana.

–¿A qué hora volvés?

–Cuando termine todo.

–Eso es lo que me contestas siempre y no es ninguna respuesta…

–Por eso… pensé que ya te la sabías de memoria… como siempre recordás todo de mí…

–El único recuerdo bueno que tengo de vos, es de cuando te hice… andate de una vez que me tenés harta…

Volvieron a reírse mucho, se besaron y se fue.

Claro que recordaba todo. Desde la noche que “lo fabricó” en la escalera del departamento, porque la pasión no quiso esperar a llegar a la cama, hasta cuando se le agrietaron los pezones y así y todo no le quitó la teta. Cuando apareció con ese chichón en la frente por primera vez, volviendo del colegio. Cuando le daban esas pesadillas que lo dejaban angustiado y ella se quedaba acariciándole la frente hasta que amanecía.

Recordaba las uñas partidas, las tardes eternas adentro del baño, las revistitas mal escondidas debajo del colchón, donde ella tenia que meter la mano para extender la cama.

Recordaba su falta de habilidad para aconsejarlo y que así y todo servía, y se dio cuenta el día que lo escuchó decirle a Pancho “mi vieja es capísima, es re inteligente, siempre sabe que decirme. ¡Y siempre acierta!”.

Desde allí hasta esta mañana en que salía sucio por convicción adolescente a pesar de sus casi veinte años: todo recordaba y no podía evitar emocionarse siempre. Especialmente cuando hacia frío a pesar del rayo de sol que entraba por la ventana y dibujaba un círculo indefinido sobre el mantel a cuadros. Y la casa olía a café.

No importaba la respuesta, igual la pregunta era parte de la rutina mañanera. El volvía a las nueve, diez. A más tardar diez y media. Y después de aquella puteada feroz cuando a los quince años no volvió a dormir, si tenía otros planes siempre avisaba.

Pero no volvió.

A la mañana siguiente ella preparó el café y se dispuso a esperarlo para no sabía qué. Suponía que para reírse y charlar con él sobre cómo se quedó dormido en la casa de Andrea. Después de todo la novia era la novia y él ya estaba grande. Se convenció de eso hasta que el reloj dio las once y veinticinco.

A las once y veintisiete los ojos se le llenaron de lagrimas y buscó la agenda y fue al teléfono y Andrea no lo había visto anoche y en la casa de Joaquín nadie atendía y los padres de Pancho estaban en las mismas porque tampoco había vuelto pero sabían que se encontraría con el y otros compañeros de la universidad y nada de nada de nada y no estaba en ningún hospital y la policía le dijo señora son cosas de muchachos debe estar por ahí hasta setenta y dos horas después no lo puede reportar desaparecido la policía no es para jugar a buscar jóvenes que se van de joda vaya a su casa que hace frío y tómese un café que ya va a volver.

Tiene los ojos ardidos por el insomnio y las manos lastimadas. Y vértigo en el pecho.

A veces quiere imaginar cómo sería él de padre, canoso. Hoy tendría…tantos años ya…que habrá sido de él…la pregunta la deja en un estado plano recordando todo lo que no sucedió. Lo que dejó de suceder desde aquella mañana.

Está nuevamente sentada. Es una silla de plástico con las patas cromadas y corroídas. No hace frio. No es la casa. No huele a café, sino a humedad. Es un pasillo. Es raro, porque hace años que dejó de andar por los pasillos como una loca preguntando donde está el. En la mesita de madera desencajada que está a su lado, alguien que reparte los diarios deja uno que dice algo de unos archivos que deberían ser abiertos. Volvió a mirar el titular y la fecha del diario. Hace años que cada vez que ve una noticia, mira la fecha del diario: 25 de marzo 2006. Ella no consigue conjugar esas letras con lo que le dijo Andrea:

–Tiene que ir. Dicen que ellos saben donde está.

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