Enrique “Quique” Lannoo: “El tango me regaló una vida maravillosa”

El 2×4 está plagado de eximios músicos que, secundando a grandes figuras, también forjaron la historia del género. Enrique “Quique” Lannoo es uno de ellos. El violonchelista compartió escenarios, y grabaciones, con las orquestas de Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese. También formó parte de la Agrupación de Tango Moderno, de Eduardo Rovira. En una entrevista exclusiva, el compositor rememoró los capítulos más destacados de su formidable trayectoria.

Nació en el barrio porteño de Parque Patricios, el 13 de abril de 1940. A muy corta edad comenzó a estudiar piano con su madre, la profesora Eugenia Pereiro. Paralelamente, concurría al Instituto Félix Bernasconi. En el establecimiento funcionaba la Escuela de Coro y Orquesta Athos Palma. El entonces niño deseaba aprender violín, pero las vacantes para inscribirse en dicho curso estaban agotadas. Desde la institución, le sugirieron optar por el violonchelo. “Conocí el instrumento a través de las clases del maestro Eduardo Cobelli y quedé embelesado. Pasaba horas desmenuzándolo porque quería conocer todos sus secretos”, afirma. Con apenas catorce años, y luego de una serie de rigurosos exámenes, ingresó a la Orquesta Sinfónica Juvenil de Radio del Estado. “Mi padre, con cuatro décadas como obrero metalúrgico sobre sus espaldas, percibía cuatrocientos pesos por mes. Yo, ganaba mil. ¡Una verdadera fortuna!".

El nombre del joven prodigio empezó a circular en el ambiente tanguero. La incipiente carrera, sin embargo, no estuvo exenta de tropiezos. Citado a una prueba para ingresar a la Orquesta de Cuerdas de Astor Piazzolla, su estilo desfachatado le jugó una mala pasada. “Estaba tocando ‘Si se salva el pibe’. En un pasaje del tango, debía hacer un solo de violonchelo. Producto de mis nervios -confiesa- lo interpreté de una forma un tanto acelerada. Astor paró el ensayo y me preguntó: ‘¿adónde va tan apurado?’. Casi sin pensarlo, le respondí: ‘a ver si el pibe se salvó’. Entonces, y tras una serie de insultos, me echó del conjunto”, cuenta mientras lanza una carcajada. Superado aquél trance, sumó experiencia en diversas agrupaciones. Entre ellas, en la liderada por Ernesto “Tití” Rossi. En paralelo, estudiaba dirección orquestal, coral e interpretación. “La música es el arte de combinar los horarios”, agrega risueño.

En 1958 reemplazó, durante unos pocos meses, al violonchelista Adriano Fanelli en la orquesta de Aníbal Troilo. Como parte del conjunto, en el que brillaban los cantores Ángel Cárdenas y Goyeneche, realizó presentaciones en Radio Belgrano y en el cabaret “Marabú”. “’Pichuco’, además de un excelente músico, era una gran persona. Todos – sostiene – lo amábamos de forma incondicional”. Su período junto al bandoneonista quedó inmortalizado en dos piezas excepcionales: “Danzarín” y “Quejas de bandoneón”. En la primera de ellas, registrada el 15 de diciembre de aquél año, el chelista se luce con un bello solo que es realzado por unos precisos arreglos de violines. “La agrupación, gracias a una estricta rutina de ensayos y al talento de sus integrantes, era una fabulosa máquina tanguera. La línea de cuerdas brillaba”.

El siguiente hito discográfico fue la trilogía realizada con la Agrupación de Tango Moderno. El combo, liderado por Rovira, ostentaba una sonoridad emparentada con la música académica. A mediados de 1961, el conjunto lanzó su primera producción. “Tangos en una nueva dimensión” ofrecía piezas originales y de otros creadores. Entre las relecturas de temas ajenos, se encontraban dos de Piazzolla que demostraban la admiración del autor de “Sónico” por el revolucionario del 2×4. “Ambos tenían personalidades diferentes, pero coincidían en algo: impulsaban el tango hacia el futuro”, asegura Lannoo.

Al año siguiente, fue el turno de “Tango Buenos Aires – Opus 4 – Suite de Ballet”. Un vinilo doble inspirado en el poema “Tango” de Fernando Guibert. En 1963 apareció una obra excelsa: “Tango Vanguardia”. Sin embargo, los guiños bachianos en “Para piano y orquesta”, la impronta beethoveniana de “Monotemático” y la aplicación de la técnica de composición de Arnold Schönberg en “Serial dodecafónico” fueron demasiado para los oídos pacatos de la época. “Ese tipo de música era rechazada por las mayorías porque no se podía bailar”, acierta el violonchelista. “Rovira era un genio que estaba adelantado a su tiempo”. “Cierta vez, me dijo: ‘esto lo van a aplaudir en el año 3000’”. Tenía toda la razón”, sentencia.

A mediados de 1964, ingresó a la orquesta de Pugliese. El compositor les exigía a sus instrumentistas dedicación exclusiva y un conocimiento minucioso del repertorio. “Antes de pisar un escenario junto a él, estuve tres meses ensayando porque los tangos debían ser tocados sin partituras”, revela. El ansiado debut se produjo en la boite “La Cigale” de la Avenida Corrientes, a metros del obelisco porteño. En medio de la presentación, la policía irrumpió en el lugar y arrestó a todo el combo. “Osvaldo cargaba con un historial de detenciones. Era el precio que el poder le hacía pagar por su militancia en el Partido Comunista”, deduce.

El padre de “La yumba” poseía férreas convicciones políticas, pero jamás adoctrinaba a sus compañeros. “Con nosotros solo hablaba de música”, asevera. Durante los cuatro años que permaneció en la agrupación, registró cinco álbumes. Aquellas placas, con las voces de Abel Córdoba y Jorge Maciel, contienen insuperables versiones de perlas como “Whisky” y “La casita de mis viejos”. “Las piezas, previamente a ser grabadas, eran puestas a punto en vivo. Por eso, a la hora de plasmarlas en el vinilo, tenían una sonoridad demoledora”, explica.

En la primera mitad de la década del ’70, participó en dos álbumes de Atilio Stampone y fue convocado para integrar una nueva encarnación de la orquesta de Enrique Mario Francini y Armando Pontier. Junto a la agrupación realizó una gira por Japón y registró un par de elepés. Como líder del Cuarteto Musical Buenos Aires, lanzó: “Recital de Música Argentina”. La placa presentaba una selección de piezas de Piazzolla, Horacio Salgan y el propio Lannoo, entre otros. El proyecto contó con la bendición de Pugliese quien, en una carta dirigida al compositor, expresó: “el tango necesita de jóvenes talentosos como vos y los compañeros de tu conjunto”. Durante los años ’80 y ‘90, brilló en discos de glorias del género (como Leopoldo Federico y Ernesto Baffa) y en trabajos de figuras de la talla de Plácido Domingo. A finales de 1996, al frente de su propio quinteto, publicó “Timeless Tango” un cd con relecturas de himnos tangueros. En el 2000 volvió a tierra nipona para ofrecer conciertos y una serie de seminarios sobre el rol del violonchelo en el 2×4.

Quique Lanoo (Foto: gentileza Nina Gilmizyanova)

En septiembre de 2003 se radicó en Mar del Plata. Allí, con una agrupación conformada por músicos locales, continuó presentándose en vivo. A principios de 2017, sufrió un ACV que alteró la motricidad de una de sus manos. “Ya no puedo tocar más. Estoy retirado de la actividad profesional”, acepta con resignación. Lannoo transcurre los días en una casa ubicada en el barrio Faro Norte. Lejos del bullicio de la metrópoli costera. “Aquí solo escucho el canto de los pájaros”, dice. Atrás quedaron las noches de bohemia donde se codeaba con los próceres del 2×4, mientras escribía la historia del género. Parte de ese ilustre pasado está documentado en las fotografías que decoran las paredes de su morada. “Soy un agradecido al tango porque me regaló una vida maravillosa”, concluye.

Artículo original de www.pagina12.com.ar

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