No lo vieron a Molina

Este cuento arranca en una librería de Chacarita, local al fondo, batea de los viejos y baratos vinilos, es decir, donde queda todo lo que nos sobrevivirá: polvo y silencio. En ese rincón, de espaldas a la caja registradora, ocurrió el hallazgo: un impecable Lp con tapa color naranja y con un dibujo en el centro de una mujer tótem o invencible divinidad tatuada con muchos ojos, bocas y sexos ovoides. A sus pies una leyenda: “Poesía surrealista. Enrique Molina dice sus poemas”.

Puesto a girar el long play en la bandeja, irrumpe la voz de una mujer que pronuncia el título de cada poema como si los anunciara por los altavoces del subte, luego emerge la voz del poeta que ceremoniosamente lee cada verso con el asombro de quien recién los hubiera escrito: “La raza blanca, la raza negra, la raza roja, la raza amarilla: / yo sólo conozco la raza violeta y la raza verde y la raza de tu lengua que descifra el agua y el fuego”. El disco gira y pasan los poemas: “A Vahine”; “Itinerarios”; “La vida prenatal” y el eterno “Alta marea”. Cada surco del vinilo (de registro monoaural) parece pedir que se cuente el origen de esa grabación realizada el 21 de enero de 1969 cuando Nixon llegaba al norte y Onganía se creía eterno acá en el sur.

El Lp en cuestión fue editado por el sello Ten Records del crítico musical Walter Thiers. Al teclear la combinación Thiers + Ten Records internet arroja como resultado Trauma, primer disco del contrabajista Alfredo Remus –el 29 de octubre de 1968– con Osvaldo López en batería y el siempre inspirado Jorge Anders en saxo tenor. La ausencia deliberada de piano en pos de un sonido duro, áspero, le otorgan a esa improvisaciones sin concesiones el adjetivo de free. Ese Lp inaugura la serie Jaz (con una sola z) con que Ten se sumó a las decenas de discográficas independientes que por aquellos años peleaban un espacio en el mercado dominado por el tridente Odeón, Víctor y T.K. El sello de Thiers, que tenía una recordada oficina en el 5º piso de la galería de la calle Florida 520, fue en verdad un ambicioso proyecto (“Disco arte” se publicitaba) que incluyó varias curiosidades como Charlie Parker in Sweden 1950, placa que se editó en Buenos Aires antes que en EE.UU. Su catálogo fue tan ecléctico (jazz, tango, poesía, fusión, rock) que no debe sorprender a nadie el hallazgo de algunas piezas dignas de convertirse en cuento.

Y uno de esos cuentos lo tiene a Molina bajando las escaleras del Estudio Uno de la calle Junín 534 la calurosa noche de enero del 69. Ya con 58 años vividos, no sólo era el mejor poeta de la generación del 40, con el surrealismo como ética antes que un programa de escritura, sino que desde Las cosas y el delirio (1941) hasta Monzón Napalm (1968), había logrado apoyar los cimientos de su arquitectura poética en las voces rectoras de Neruda, Saint-John Perse y Víctor Segalen, logrando habitar así en un suerte de isla lejana de la poesía argentina. Bien, esa madrugada de dictadura nadie lo vio a Molina bajar a la sala de grabación propiedad de Eduardo Señorans, hijo del militar Eduardo Argentino Señorans, que Onganía pusiera al mando de la SIDE. Eduardito, estudiante de la Facultad de Ciencias Exactas desde 1963, comprendió rápidamente que el mundo no era como se lo había contado su familia. Se enfrentó a su padre. “Fuimos amigos estrechos”, le dijo Eduardo Scolnik a María Seoane en la nota La historia oculta de la noche de los Bastones Largos para luego relatar que el 29 de julio de 1966 Eduardito escuchó a su padre decirle por teléfono al jefe de la Policía Federal: “Andá a la Facultad de Ciencias Exactas y matalos a palos”. El joven intentó advertirle a sus compañeros, pero nadie creyó que la policía “cargaría contra la Facultad”. Luego probó ver urgente al decano pero, al llegar, un cordón policial se le interpuso. “Desconsolado me llamó –contó Scolnik– y me dijo que igual se metería a defender la Facultad. Le dije que no lo hiciera, que ya era tarde. Eduardito siempre se sintió culpable. Los dos dejamos la Facultad”. Consultado para esta columna, Scolnik recordó que el Estudio Uno era “un pequeño local con un subsuelo acondicionado para las grabaciones, tarea en la que siempre estuvo interesado mi amigo de entonces”. Eduardito siguió vinculado al mundo del sonido hasta su muerte en los años 80. ¿Cómo llegó a Thiers la grabación de Molina?

Walter Thiers fue un apasionado de la música. Durante su vida se dedicó a impulsar el trabajo de creadores con espíritu de vanguardia. Thiers, como lo recuerdan los músicos Carlos Inzillo y Rubén Ferrero, fue de esos aventureros de alma que abrieron espacios decisivos al jazz. Con tres libros publicados, recordados ciclos radiales, dirección de revistas y al frente de la organización de festivales, su figura no puede eludirse pese a ciertas desavenencias comerciales que se le endilgan. El sello Ten fue su gran proyecto hasta su muerte en el 2000. La vinculación de Thiers con el estudio de Señorans hijo descubre a otro protagonista clave de la vanguardia argentina: el poeta y narrador Alberto Vanasco, decisivo en la formación del catálogo de Ten. Ejemplo: en 1968 Thiers edita “Poesía '50” una placa donde se reúnen por primera vez las voces de Bayley, Aguirre, Urondo, Brascó, Alonso, Manrique F. Moreno y, por supuesto, Vanasco, que ofició de organizador de las tres sesiones de grabación realizadas en agosto de ese año en los estudios de Radio Belgrano. El disco tiene la misma lógica que el de Molina: una mujer anuncia y luego se sucede el poeta y su poema. Otro ejemplo: en 1969, en los estudios de RCA se graba para Ten el single de la banda La máquina de música liderada por Alberto Vanasco (hijo) y Alberto Infusino, autores de dos temas propios y en español: “Quisiera Olvidarte” y “Me plantaron la galleta”. Cuenta Vanasco hijo, hoy al frente de Record Runner Productions: “Yo andaba con ganas de grabar con La máquina y mi viejo me dijo: 'tengo un amigo que graba jazz'. Lo fui a visitar y lo convencí. Luego Thiers nos vino a ver y le gustó nuestra música, así grabamos el primer disco de rock de ese sello”. Más tarde, los músicos lanzaron con el nombre de Sindhy y Mandhy, placa codiciada por coleccionistas porque no sólo carecía de tapa sino porque es considerado el registro del primer grupo independiente del rock nacional. Último detalle: en el verano de 1968 el poeta Vanasco y Juan Carlos Martini crean la revista “Macedonio” donde participa Thiers con notas sobre la necesidad de dar espacio a nuevas expresiones del jazz (el free) y donde se incluyen publicidades del sello. En una de ellas se anuncia un Lp de Vanasco leyendo fragmentos de su gran novela Nueva York, Nueva York.

El Lp de Molina (primer registro de su voz, puesto que sus lecturas más difundidas se grabaron en 1993 por la Universidad de México) es la puerta de entrada para revisar un catálogo que incluye secretas historias de grabaciones de Girri, Squirru, Poni Micharvegas y hasta de Leopoldo Torre Nilsson (registrado también en lo de Señorans) con dibujo en tapa de Brascó. Pero esas son otras historias, y ésta es cuento cumplido.

Artículo original de www.pagina12.com.ar

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