Prostituidas a la fuerza en China

Park Seo-Un nació en Corea del Sur en una familia muy pobre. Tenía 20 años cuando fue raptada por el ejército del Imperio Japonés, durante la Segunda Guerra Mundial, para ser convertida en esclava sexual de soldados y oficiales en una de las cientos de “estaciones de confort” abiertas en los territorios ocupados del sudeste asiático.

A Park Se-Un la llevaron a China. Nunca más pudo regresar a su casa. Se estima que entre 200 mil y 400 mil mujeres –muchas de ellas adolescentes-, la mayoría coreanas pero también chinas, japonesas, filipinas, malayas, vietnamitas y holandesas, fueron obligadas a ser “mujeres de confort” -eufemismo usado por el ejército nipón-, violadas sistemáticamente por tropas japonesas.

Tenían que “atender” a una docena de uniformados por día. La historia es poco conocida. Muchas de ellas no pudieron regresar a sus comunidades. Atravesadas por la guerra y la vergüenza, por los traumas de ese horror y la marginalidad, envejecieron lejos de sus familias, con sus vidas partidas.

Como un abrazo a la distancia, en un ejercicio de memoria y reparación hacia esas abuelas, la Casa por la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo –en el predio de la exESMA– inaugura este miércoles la muestra fotográfica “Para no volver. Mujeres de confort coreanas en la diáspora”, que recupera, a partir del conmovedor trabajo del fotógrafo japonés Yakima Tsukasa, los rostros y la vida cotidiana de Park Seo-Un y otras tres mujeres coreanas raptadas por ese sistema de trata, el más grande que haya existido en el marco de un conflicto armado contemporáneo. La muestra estará abierta hasta el 31 de mayo.

“La fotografía es una herramienta para conocer estos crímenes. Es importante que estas voces no queden silenciadas”, dice a Página/12 Paula Sansone, coordinadora de la Casa por la Identidad que organiza la exhibición con la Asociación Civil de Coreanos en la Argentina. Sansone conoció hace poco las historias de las “mujeres de confort”, algunas cuyos rostros fueron captados por la lente de Tsukasa, quien desde 2003 colabora y dirige proyectos fotográficos en organizaciones de defensa de las sobrevivientes.

A Park Seo-Un la fotografió en Hunchum, China, el pueblo donde la llevaron como esclava sexual en 1937 y del cual nunca se pudo ir. “Yo era la menor de once hijos. Todos mis hermanos murieron cuando eran muy jóvenes. Empecé a trabajar en un restaurante para ayudar a mi familia, pero me vendieron a una agencia de empleo y terminé en una estación de confort en China. Por mucho que quise regresar a Corea después de la guerra, no pude hacerlo”, le contó la mujer al fotógrafo Tsukasa, a sus 87 años, en 2004. Murió siete años después en el mismo pueblo.

La curadora de la muestra es María Pilar Álvarez, investigadora del CONICET, quien estudió Ciencia Política en la UBA y luego una maestría en Estudios Coreanos en la Universidad Yonsei. Es una gran investigadora del tema. Cuenta que mientras estudiaba en Corea del Sur, visitó unos de los museos que recuperan la historia de las “mujeres de confort” y tuvo oportunidad de escuchar a una de las sobrevivientes: “Ellas daban testimonio ahí directamente”.

Hasta diciembre de 2022, quedaban vivas en Corea solo diez de las víctimas identificadas de aquel horror. ”La mayor parte eran campesinas, o de lugares muy marginales del país, que fueron entregadas por vecinos, por familiares o directamente raptadas, en algunos casos, engañadas: les decían que iban a darles trabajo en tal lugar y las derivaban a estas estaciones de confort. Las historias son muy duras”, detalla Álvarez a Página/12.

“Todavía me gusta más comer comida coreana que china, pero ya no puedo hablar coreano”, le dijo al fotógrafo japonés Lee Su-Dan, en 2004, otra de las sobrevivientes cuya historia se refleja en la muestra. A ella la raptaron cuando tenía 18 años, en 1940. La esclavizaron sexualmente en Shimenzu, China. Tampoco pudo regresar a vivir a su país. En una de las fotos se la ve con la cara tapada por un pañuelo, con el que se seca las lágrimas: llora porque extraña su pueblo natal en Corea.

–¿Cuál ha sido la postura de los gobiernos de Japón sobre el tema? –le preguntó este diario a Alvarez.

–Es de negación, o por lo menos, no hablar del tema ni investigar ni dar a conocerlo. Hasta que el 14 de agosto de 1991, una primera víctima se anima a dar testimonio público: es una sobreviviente surcoreana, Hak Soon Kim. Así empieza a conformarse un gran movimiento social que va mucho más allá de Corea, con organizaciones también en China, Taiwán y Filipinas, y una gran afluencia de ONG japonesas que están contra la postura de su gobierno. En este gran movimiento empieza además una serie de políticas para lograr que las mujeres que habían sido víctimas, testimonien y se animen a aparecer. Todo se sabía por algunas investigaciones históricas y periodísticas, pero nunca nadie había encontrado una persona que se animara a dar testimonio público.

Desde aquel primer testimonio –tras casi medio siglo de silencio–, la lucha por verdad, memoria y justicia continúa.

En la década el ’90 –-señala la investigadora– Japón reconoce que las mujeres fueron llevadas en contra de su voluntad. Hubo intentos de resarcir económicamente a las víctimas, rechazados en general por organizaciones de sobrevivientes porque los fondos provenían del sector privado –y no del Estado-, o porque no se trataba de acuerdos globales, sino negociaciones bilaterales con algunos países como Taiwán, Corea del Sur y Holanda, pero no con China, donde transcurrió la mayor parte de la guerra y donde se ubicaron la mayor proporción de las “casas de confort”; o porque se exigía silencio.

“Japón reconoce que fueron llevadas en contra de su voluntad, pero no habla de esclavitud sexual y se discute el tema de la sistematización. Esas dos palabras nunca aparecen en el discurso de Japón”, explica Álvarez.

También cuenta que “hay políticas de reparación hacía las víctimas pero que se las han dado sus países y no Japón; es el caso de Corea del Sur, donde lograron una pensión hace muchos años y acceso a la salud gratuito. Lo mismo en Taiwán. En otros países hay ayudas de carácter más informal como a veces en China”, agregó.

En 1992 se creó la Estatua de la niña de la paz –que recuerda a esas niñas y jóvenes esclavizadas– colocada frente a la embajada japonesa en Seúl, donde cada miércoles decenas de activistas manifiestan exigiendo respuesta al gobierno japonés. Hasta ahora se han colocado réplicas de las estatuas en 42 ciudades del mundo, entre ellas Nueva York, San Francisco, Washington y Berlín, y en ciudades de Canadá y Australia. En Sudamérica aun no hay ninguna.

En el año 2000 se conformó el Tribunal internacional de crímenes de guerra sobre la esclavitud sexual de la mujer en el Japón, presidido por la jueza argentina Carmen Argibay con reconocidos magistrados de otros países. El Tribunal declaró culpable al emperador Hirohito y responsable al Estado de Japón por delitos de violación y esclavitud sexual como crímenes de lesa humanidad. Pero no fue una resolución vinculante. Sobre el caso emitieron declaraciones organismos de Naciones Unidas como el Comité de Derechos Humanos.

“En Japón hay soldados y médicos arrepentidos que han dado testimonio. Lo que ha sido muy difícil en Japón, es que los gobiernos tomen esos testimonios en sus informes; es como si esa palabra en primera persona, no tuviera valor”, señaló la curadora de la muestra.

La muestra “Mujeres de confort”. Coreanas en la diáspora se visita de lunes a viernes de 10 a 18 hs del 15 de marzo al 31 de mayo en Casa por la Identidad /Espacio Memoria y DD.HH. Av. Libertador 8151, CABA. Entrada libre y gratuita.

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