Una insolencia conurbana  

En El escritor argentino y la tradición, Borges glosó su desdén sobre los tópicos que, según cierto credo nacionalista, deberían signar la identidad de una literatura -por caso, la nuestra. La obligación de ejercer el color local, es decir, de circunscribirse a temas barriales apelando a los pobres recursos de un mal impostado lenguaje popular, le parecen una limitación absurda que afecta el ejercicio más simple de las letras. Por lo demás, él mismo se incluye en la lista de quienes habían incurrido en esa condenable afectación. Pero ahora, colocándose en el bando contrario (el texto fue escrito en pleno peronismo y responde al agobio folklórico del momento) aboga por la apropiación soberana de todas las culturas, postulando que la tradición argentina específica estriba en el desparpajo de equiparar nuestro punto de mira con el de cualquiera, por más encumbrado que sea. Se trata, por ende, de un llamado a la mayoría de edad, a la asunción del derecho a ejercer nuestra ciudadanía del mundo y dialogar de igual a igual con cualquier tradición. Naturalmente -después de todo, era Borges- no contaba con la respuesta obvia -la desautorización airada o el ninguneo piadoso- proveniente de nuestra situación subalterna en el concierto de las naciones. Quien se arrogase el tupé de hablar de temas universales desde los suburbios del planeta corría el riesgo de ser condenado por su insolencia, más allá de sus razones, o considerado un convidado de piedra en el banquete al que solo se pueden sentar los dueños de la pelota. Era claro: un sudaka solo podía mirar el partido desde afuera, y a lo sumo estaba destinado a ser un simple comentarista oficioso.

Si de pensar la historia universal se trata, la cosa era y es aún peor: solo un impertinente infatuado -un loco- se atrevería a contraponerle a la bien argumentada cosmovisión europea occidental la propia versión del devenir humano. Visto con sorna, a lo sumo podría ser tomado como un alumno díscolo a quien se le ha de aplicar el correctivo del silencio o, lo que es lo mismo, de la cancelación bajo la acusación de procederes incorrectos. Ese fue el caso de Darcy Ribeiro (1922-1997), el mayor pensador que dio Brasil y uno de los más importantes de nuestro continente, que se atrevió como pocos a pensar -y, mayor insolencia aún, a actuar- por cuenta propia contra los poderes -históricos, materiales y simbólicos.

En la de Darcy, de quien se cumplió el centenario el año pasado, caben muchas vidas. Antropólogo, educador, autor de novelas, ensayos y tratados, fue también un destacado político que ocupó la escena brasilera durante medio siglo. Tras pasar diez años haciendo trabajo de campo entre indígenas en el Amazonas y el Mato Groso a mediados de siglo, fundó la Universidad de Brasilia, de la que fue el primer rector, y fue sucesivamente Ministro de Educación y Jefe de Gabinete de Jango Goulart. Es decir, pasó de la selva a la cima del poder en la ciudad más nueva y vanguardista del mundo, recién creada. Con el golpe del 64, tras un breve encarcelamiento, inició un largo período de exilio en el que recaló en Uruguay, y actuó en Chile y Perú, donde elaboró planes de reforma agraria así como colaboró en la reforma universitaria durante los gobiernos de Velazco Alvarado y Salvador Allende. A su regreso al país fundó con Leonel Brizola, de quien fue vicegobernador, el Partido Democrático Laborista. Fue Senador Nacional y Ministro de Educación de Minas Gerais; entre sus creaciones institucionales más recordadas se cuentan el Museo del Indio y el Sambódromo de Río de Janeiro.

Hasta aquí la mera enumeración de actividades políticas bastaría para colocarlo en el panteón de los grandes próceres americanos. Pero además, y, acaso, sobre todo, Darcy desplegó una obra vastísima a la que llamó Antropología de la Civilización, que va desde el balance de la cuestión indígena hasta el estudio de la composición histórico-social de Brasil, visión que conforma un todo orgánico con su incansable actuación pública y que pervive como un legado de una actualidad asombrosa.

Esa conjunción de texto y acción, sostenidos con un lenguaje desenfadado y popular en el que los más alzados temas del destino de las sociedades se conjugan en su habla con la picaresca mineira, son únicos en América; pese a la amplitud de sus trabajos aún no han merecido el reconocimiento que amerita. Aunque fue traducido y publicado en casi todas las lenguas occidentales y difundido en los países de habla hispana, hace décadas que su obra no circula más que en lo márgenes de la academia y falta en los anaqueles militantes de las nuevas generaciones. La memoria desvanecida de su obra reclamaba nuevos abordajes y lectores; es gracias a la iniciativa de una universidad del conurbano bonaerense que su pensamiento emancipador universal, crítico, y político, vuelve a habitar el mapa de textos disponibles en castellano.

El año pasado, en el marco de las conmemoraciones del centenario de su nacimiento, la Universidad Nacional de General Sarmiento y la Fundación Darcy Ribeiro suscribieron un convenio para la edición conjunta, en nuevas traducciones a nuestra lengua, de los cinco “Estudios de Antropología de la Civilización” con los que el autor de La Universidad latinoamericana renovó desde fines de los años 60 el pensamiento sobre la historia, la estructura y el destino de las sociedades de nuestro continente. El proceso civilizatorio, Las Américas y la civilización, El dilema de América Latina, Los indios y la civilización y Los brasileros, en trance de edición a lo largo de este año, constituyen una apuesta extraordinaria que tiene al gran ensayista argentino, doctorado en la Universidad de San Pablo, Eduardo Rinesi, que fuera Rector de la UNGS, a su gestor y principal animador.

La saga se inicia con la reciente aparición de El proceso civilizatorio, traducido y prologado por el propio Rinesi, que formula el marco en el cual considerar el destino del continente en el concierto de la historia universal. Leído de soslayo en su época (en nuestro país circuló en los setenta en un volumen pequeñísimo, de letra diminuta, editado por el Centro Editor de América Latina), planteaba y plantea problemas formidables, de enorme ambición y amplio alcance, en los que se expresa la vocación de Ribeiro por ofrecer una teoría general del proceso civilizatorio capaz de superar tanto las limitaciones de las filosofías de la historia de Hegel, Spengler o Toynbee, como los esquemas lineales del marxismo más convencional, por entonces al uso. A partir de la antropología contemporánea que retoma una perspectiva evolucionista, el libro ofrece un esquema global de las etapas de la evolución socio-cultural a la que entiende como el movimiento de cambio de los modos de ser y de vivir de los grupos humanos desencadenado por el impacto las revoluciones tecnológicas.

A las etapas evolutivas Ribeiro las piensa como “formaciones socio-culturales”, esto es, como patrones generales de comportamientos, principios y valores dentro de los cuales se desarrolla la vida de los pueblos. Según observa Rinesi en el prólogo, cabe destacar entre nosotros el influjo de Darcy sobre quien fuera su gran lectora y amiga, la ensayista Alcira Argumedo, que en su programático Los silencios y las voces de América Latina acuñó para pensar este problema la categoría de “matrices de pensamiento”. Exenta de linealidad teleológica, su eficacia interpretativa de realidades históricas que resultaban esquivas a los esquemas eurocéntricos habilitados por entonces requieren ser recuperadas. Darcy, como Alcira, enfoca en su obra la peculiaridad de cada conformación para desentrañar el nudo en el que radican potencias y limitaciones. Para ello no vacila en inventar periodizaciones o en atribuirle sentidos diferentes a conceptos aceptados, como hace, por ejemplo, con el término “feudalismo”, al que utiliza para caracterizar periódicos retrocesos o regresiones que han tendido a sufrir todas las civilizaciones.

Otro de sus aportes refiere a las dos grandes formas en las que las transformaciones tecnológicas de los modos de producir materialmente la vida afectan a las distintas sociedades; el de la aceleración evolutiva y la actualización histórica. En la primera las transformaciones se operan de manera autónoma y endógena, y no como consecuencia de su relación de subordinación a otras sociedades. En cambio la actualización histórica es producida por influjo externo de cambios tecnológicos generados en contextos diferentes. Se trata, tanto en su época como en la nuestra, de sociedades en situación de dependencia o periferias que desarrollan su propia vida colectiva atadas a la heteronomía tecnológico-cultural. Entre otros de sus aportes, Rinesi señala también la centralidad de la visión pionera de Darcy Ribeiro en la consideración de la catástrofe ambiental, aunque para el brasilero la “revolución termonuclear” nos permitiría y nos exigiría pensar la escala planetaria en la que hoy se desarrollan nuestras vidas.

Para Darcy, que veía el despliegue de las culturas tendiendo hacia la homogeneización, la técnica habilita un horizonte, si se producen ciertos cambios, que alienta la existencia de una “civilización humana”, de una humanidad por fin galvanizada, integrada: una. La última revolución tecnológica produce la homogeneización de las distintas formaciones socio-culturales del planeta: convergente con un proceso de unificación de los pueblos, acabará por integrar a todos los grupos humanos del planeta. Ese fondo de humanismo, aunque no de un humanismo cándido y confiado sino preocupado por no perder de vista los riesgos que pesan sobre la posibilidad misma de supervivencia de la humanidad, ha de ser el norte de su utopía esperanzada.

Que, con insolencia conurbana, desde Los Polvorines, vuelve a interpelar las conciencias críticas en castellano.

Contenido original de pagina12.com.ar

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